Pero él
reconocía que era pura casualidad el que las sumas de las columnas
concordaran, y por eso se consideraba con derecho a observar lo terrenal
desde un peldaño superior, como desde un castillo iluminado que se
elevase por encima del llano, encerrado en sí mismo frente al mundo y,
no obstante, abierto a él, reflejando su imagen, y a veces parecía como
si todo lo dicho, lo hecho, lo hablado y sucedido no fueran más que una
escena representada en un escenario mal iluminado, una representación
que se olvida y que nunca ha tenido lugar, algo que ha existido, algo a
lo que nadie puede agarrarse sin aumentar el sufrimiento terrenal. La
plenitud, por tanto, jamás tiene lugar en lo real, pero el camino del
anhelo y de la libertad es infinito y nunca podrá ser hollado, es
estrecho y tortuoso como el del sonámbulo, aunque se trate del camino
que conduce a los brazos abiertos de la patria y a su pecho viviente.
Así pues Esch se sentía un extraño en su amor, y, en cambio, estaba más
unido a lo terrenal que antes; nada tenía importancia y en realidad todo
permanecía al margen de lo terrenal aunque, para ser fiel a la justicia,
todavía quedaba mucho que hacer en favor de Ilona. Hablaba con mamá
Hentjen de la América libre, de la venta de la taberna y de la boda,
como se habla a un niño al que se deja gustosamente que haga su
voluntad; a veces la podía llamar de nuevo Gertrud, pese a que ella, en
aquellas noches en que él se sumergía dentro de ella, se le aparecía sin
nombre. Caminaban de la mano, cada cual por su camino, distinto y sin
fin. Cuando se hubieron casado y hubieron malvendido la taberna a un
precio excesivamente bajo, estos hechos fueron como etapas en el camino
del símbolo, etapas, no obstante, en el camino del acercamiento a lo
elevado y eterno, algo que, de no ser Esch un librepensador, incluso
habría podido llamar divino. Pero él sabía que, a pesar de todo, todos
nosotros, en la tierra, debemos seguir nuestra senda apoyados en
muletas. |
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