Lo
encontré, como de costumbre, apoyado en la luna del espejo. Y en sus
ojos blancos, increíbles, me reconocí. Estuve a punto de decírselo: Te
ves más viejo desde la última vez. Pero me pareció tan triste que hice
como si no le reconociera. Pensé que despertar es fácil, a veces
conveniente e incluso necesario, pero no se produce por conveniencia, ni
siquiera por necesidad. El no debió decirlo, pero lo dijo: Si te
esfuerzas tanto para que todo esté claro entre nosotros, te quedarás sin
barbas blancas y sin ojos de cristal; la noche no arregla nada, da lo
mismo que pasen las horas.
Desde siempre presentí que las sombras tienen reacciones insospechadas.
La diversidad de caracteres exigía una rápida separación.
Hay una bandera para los imperios que caen. Murió un viejo capitán sin
naves: Stone murió. Call me Stone, please, le supliqué, Call me Stone. Y
sonrió con labios de fantasma y risa hueca. No hubo, pues, acuerdo
posible. Deseé -quizás él también- que todo quedara de nuevo en silencio
y los pájaros en el horizonte.
Con lágrimas en los ojos y dolor de corazón decidí que habría un muerto
que no saldría en los periódicos. Se debió, únicamente, a una antigua
controversia sentimental.