Desde que vez una vivió
convencido, durante casi un año, de que había perdido el habla, cada frase
que el escritor anotaba, y con la que incluso experimentaba el arranque de
una posible continuación, se había convertido en un acontecimiento. Cada
palabra no pronunciada pero hecha escritura traía las demás, y él respiraba
sintiéndose de nuevo unido al mundo; únicamente con uno de esos apuntes
logrados, empezaba el día para él, y entonces se encontraba a salvo, o así
lo creía, hasta la mañana siguiente.
Pero ese temor a quedarse parado, a no poder seguir, incluso a tener que
cortar para siempre, ¿no había estado presente toda su vida a la hora de
escribir y en todas sus empresas: en el amor, en el estudio, en cualquier
participación, es decir, en todo aquello que requería perseverancia? ¿El
problema de su profesión no le proporcionaba acaso la parábola para explicar
el de su existencia, mostrándole con ejemplos clarísimos cuál era su
situación? La cuestión no era: "yo en tanto que escritor", sino más bien: "
el escritor en tanto que yo". ¿Acaso no era verdad que desde aquella época
en que creyó haber traspasado, sin querer, las fronteras del lenguaje, y no
poder ya regresar jamás, usaba seriamente el apelativo "escritor" para
dirigirse a sí mismo, día tras día en aquel recomenzar sin garantías -él,
que, a pesar de llevar más de media vida sin más compañía que la idea de
escribir, no había usado hasta entonces esa palabra más que a lo sumo con
ironía o con vergüenza. |
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